lunes, junio 25, 2007

Todo era rojo pero demoré un poco darme cuenta. Capaz que porque siempre estoy mirando el cielo, y un cielo rojo no llama particularmente la atención. Quiero decir, muchas veces el cielo está rojo. La sorpresa empezó más tarde, cuando vi rojo al pasto. El rojo era intenso y muy saturado. Recorrí el mundo caminando. Era monocromo: la playa se distinguía del mar por las texturas: acá mas rugoso, allá el brillo metálico. Los otros sentidos también ayudaban. El olor salino. La tibieza. No pude asegurar que el problema fuera mi ojo, pero tampoco pude descartarlo. Al rato vi un caracol verde. Precioso. Se deslizaba indiferente de su particularidad única. Lo tomé, lo acaricié, le puse un nombre. Nos hicimos amigos. Luego, no se cómo me convertí en una dibujita animeè berrinchosa y con una trencita en la espalda. No tenía palabras para definir la contradicción entre el halago y el fastidio. Entonces dialogaba con monosílabos caprichosos de niña maleducada. No logré esbozar ninguna frase inteligente, ni siquiera una oración completa que cumpliera con sujeto.y.predicado. De repente dije: ¡Quiero estar conmigo!. Un rayo de luz amarilla irrumpió en la escena. Y empecé a ver el paisaje un poco más iluminado.

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