Las nubes me entienden más.
Es muy curioso lo que la calle regala y quizás lo que me salve de Montevideo es ser su eterna turista, ir caminando como si siempre fuera la primera vez, una pérdida de la virginidad constante y así un día son esas botas de goma verde con ojitos de rana y otro un retazo de tapicería y la sensación de que cada objeto, cada marca sólo es vista en el momento exacto en el que tiene que ser vista, ni antes ni después. Porque no nos conocemos sin querer. No nos encontramos por azar.

"Y Hélène no podía dejar de sentir que de alguna manera él había previsto la verdadera naturaleza de la muñeca puesto que conocía su origen, y a pesar de que la conducta superficial sólo hubiera tenido en cuenta el placer irónico de regalarle la muñeca a Tell, de alguna forma ese regalo ya había sido para Hélène, la muñeca y su contenido habían sido siempre para Hélène aunque desde luego Hélène no habría recibido jamás la muñeca si a Tell no se le hubiese ocurrido enviársela, y así por debajo y a pesar de todas las contingencias y las improbabilidades y las ignorancias el camino era abominablemente recto e iba de él a Hélène, y en ese mismo minuto en que estaba tratando de explicarle que jamás se le hubiera ocurrido hacer eso que había terminado en una monstruosidad, algo le devolvía en plena cara el bumerang de porcelana y rizos morenos que había llegado desde Viena para Hélène, toda su responsabilidad en eso que había ocurrido por el doble azar de un capricho y un golpe contra el suelo". Julio Cortazar /62